Esa noche nos juntamos en el "depto" a compartir unos tragos y conversar.Uff, conversamos bastante mientras en el televisor se sucedían las imágenes de las competencias olímpicas.
Le hicimos barra a "chiquitito", un esforzado corredor belga. Comimos y seguimos "conversando", hasta que llegó la final del tenis, cuando se enfrentaron Fernando González y Rafael Nadal. Fuimos testigos de una extraordinaria muestra de talento, impresionante.
La medalla de oro estaba cerca, pero nuestras espectativas chocaron con un contrincante talentoso. Sería difícil que Gonzalez lograra el premio mayor.
Punto a punto los jugadores fueron apostando sus fichas, con formidables golpes. Cabeceando, uno a uno fueron cayendo dormidos los invitados. Aquí pocos vieron la extraordinaria transformación que sufrieron los jugadores, comparable a los duelos de los personajes de Dragon Ball.
Cada vez más violento el juego, subía la temperatura del partido. Los rostros de los jugadores mostraban furia. Apretaban los dientes al enviar la pelota al otro lado de la malla. Carcuro, con voz cansada, relataba el encuentro sin ponerse a la altura de las circunstancias.
Se acercó el triunfo del "Feña", estuvo muy cerca. Pero no contó con la actitud de Nadal, que crecía y crecía. El estadio, al comienzo mudo, se entusiasmó con el excelente juego que veían. Pronto los gritos fueron de asombro. "Ohh!", exclamaban ante los golpes más y más fuertes. Parecían super saijayines, mostrando energía ocultas a cada momento.
Si, fue espectacular. Fueron más allá. Gonzalez más y más inspirado, le daba duro a la raqueta, pero chocaba una y otra vez con la convicción de Nadal.
En un momento mostraron el rostro del Español. Se veía ensimismado, mirando fíjamente al Chileno. Crecía y crecía, en trance. No aflojó.
El punto final, cuando ya estaba perdida la medalla de oro, no fue excusa para Fernando Gonzalez. No cejó, no falló. En ese punto final, cada golpe era ovacionado por el público. Mientras casi todos dormían en el "depto", fui testigo de un duelo de voluntades férreas. Finalmente, no ganó el más talentoso, porque el nivel era similar. Ganó quien demostró una fortaleza interior a prueba de fuego. Un ejemplo a seguir.